Un gestor de fondos avisó durante años a los supervisores del fraude de Madoff
SANDRO POZZI - Nueva York - 08/02/2009
¿Le financió alguien su investigación? A la pregunta directa de un congresista, Harry Markopolos respondió con un rotundo no. Durante años, este gestor de fondos hizo más que nadie por alertar al supervisor bursátil estadounidense (SEC) de lo que iba a venir: el mayor fraude financiero en la historia de Wall Street, ejecutado por el todopoderoso Bernard Madoff. No le creyeron, pero hoy es una celebridad.
A sus 52 años, Markopolos no tiene la apariencia con la que Hollywood suele presentar a los chicos del parqué de Nueva York; pasaría desapercibido en los trenes que entran y salen de Boston cargados de oficinistas. Sin embargo, en el Capitolio eligió sus palabras como si hubiera trabajado toda su vida en el celuloide: explicó que su principal motivación fue defender "la bandera de EE UU", incluso temiendo por su vida.
En un país obsesionado con fabricar leyendas, Harry Markopolos es, según la congresista Jackie Speier, "la versión moderna de un héroe griego". Junto con tres colaboradores y durante nueve largos años, envió a la SEC y a los inversores numerosos análisis en los que identificaba decenas de errores, cuestionando los resultados que prometía Madoff a sus adinerados clientes. Ninguno de los documentos iba firmado, porque así evitaba que le siguieran el rastro, hasta el punto de que llegó a manejarlos con guantes para no dejar huellas.
"Si hubiera sabido mi nombre, y que tenía un equipo para seguir su rastro, creo que no estaría ahora en este mundo", relató el gestor de fondos refiriéndose a Madoff, a la vez que explicó que ese miedo se debe a que parte del dinero que se manejó en la trama "provenía de la mafia rusa y de los carteles de droga en América Latina". Markopolos no es el primero que recurre a este argumento para dar dimensión al fraude y para explicar por qué no terminan de aflorar los miles de millones que se creen perdidos.
Su gran obstáculo fue toparse con la burocracia de una agencia que, según dijo, carece de profesionales con experiencia como para entender lo que se estaba cociendo. "Con el personal actual, la SEC habría tenido problemas para encontrar la primera base en Fenway Park, incluso estando sentado en el banquillo de los Red Sox (el equipo de béisbol de Boston) y dándole una tarde entera para ello", ironizó. En clave española, es como decir que los reguladores no habrían sido capaces de encontrar la portería de Iker Casillas en el Bernabéu.
Markopolos explicó que le llevó "cinco minutos" darse cuenta de que Madoff era un fraude y "cuatro horas" probarlo con modelos matemáticos. Una tras otra, fue soltando sus perlas. Alertó de que le costaba creer que Madoff operara en solitario, porque necesitaba a gente que manejara una ingente cantidad de datos y que recaudara fondos para mantener viva la trama. A su juicio, de no ser por la crisis financiera el fraude no se hubiera destapado. Aun así, el nuevo héroe de Wall Street no cree que la SEC sea un nido de corrupción. "Soy la prueba viva de ello", dijo; "el jefe de la oficina de Nueva York sabía mi nombre".
SANDRO POZZI - Nueva York - 08/02/2009
¿Le financió alguien su investigación? A la pregunta directa de un congresista, Harry Markopolos respondió con un rotundo no. Durante años, este gestor de fondos hizo más que nadie por alertar al supervisor bursátil estadounidense (SEC) de lo que iba a venir: el mayor fraude financiero en la historia de Wall Street, ejecutado por el todopoderoso Bernard Madoff. No le creyeron, pero hoy es una celebridad.
A sus 52 años, Markopolos no tiene la apariencia con la que Hollywood suele presentar a los chicos del parqué de Nueva York; pasaría desapercibido en los trenes que entran y salen de Boston cargados de oficinistas. Sin embargo, en el Capitolio eligió sus palabras como si hubiera trabajado toda su vida en el celuloide: explicó que su principal motivación fue defender "la bandera de EE UU", incluso temiendo por su vida.
En un país obsesionado con fabricar leyendas, Harry Markopolos es, según la congresista Jackie Speier, "la versión moderna de un héroe griego". Junto con tres colaboradores y durante nueve largos años, envió a la SEC y a los inversores numerosos análisis en los que identificaba decenas de errores, cuestionando los resultados que prometía Madoff a sus adinerados clientes. Ninguno de los documentos iba firmado, porque así evitaba que le siguieran el rastro, hasta el punto de que llegó a manejarlos con guantes para no dejar huellas.
"Si hubiera sabido mi nombre, y que tenía un equipo para seguir su rastro, creo que no estaría ahora en este mundo", relató el gestor de fondos refiriéndose a Madoff, a la vez que explicó que ese miedo se debe a que parte del dinero que se manejó en la trama "provenía de la mafia rusa y de los carteles de droga en América Latina". Markopolos no es el primero que recurre a este argumento para dar dimensión al fraude y para explicar por qué no terminan de aflorar los miles de millones que se creen perdidos.
Su gran obstáculo fue toparse con la burocracia de una agencia que, según dijo, carece de profesionales con experiencia como para entender lo que se estaba cociendo. "Con el personal actual, la SEC habría tenido problemas para encontrar la primera base en Fenway Park, incluso estando sentado en el banquillo de los Red Sox (el equipo de béisbol de Boston) y dándole una tarde entera para ello", ironizó. En clave española, es como decir que los reguladores no habrían sido capaces de encontrar la portería de Iker Casillas en el Bernabéu.
Markopolos explicó que le llevó "cinco minutos" darse cuenta de que Madoff era un fraude y "cuatro horas" probarlo con modelos matemáticos. Una tras otra, fue soltando sus perlas. Alertó de que le costaba creer que Madoff operara en solitario, porque necesitaba a gente que manejara una ingente cantidad de datos y que recaudara fondos para mantener viva la trama. A su juicio, de no ser por la crisis financiera el fraude no se hubiera destapado. Aun así, el nuevo héroe de Wall Street no cree que la SEC sea un nido de corrupción. "Soy la prueba viva de ello", dijo; "el jefe de la oficina de Nueva York sabía mi nombre".
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