Desde esta semana, cualquier argentino que desee recibir un libro desde el exterior del país tendrá que pensárselo dos veces. Varios empleados de las empresas de mensajería Fedex y DHL consultados por este periódico indicaron que ya no podrán entregar a domicilio libros y revistas procedentes del extranjero. Si el receptor vive en Buenos Aires deberá desplazarse 35 kilómetros hasta el aeropuerto de Ezeiza y pagar allí unos 50 euros al margen de lo que haya costado el envío. Y si reside en cualquier otro municipio alejado de aeropuertos internacionales, tendrá la alternativa de contratar los servicios de un “despachante de aduanas”, es decir, un profesional autorizado a retirar en el aeropuerto productos procedentes del extranjero.
El Gobierno trata así de garantizar “la seguridad de la población” mediante una disposición emitida el pasado año por la que se establecen “los mecanismos de control tendientes a eliminar el uso de tintas, lacas y barnices empleados en la industria gráfica con altos contenidos de plomo, y a permitir únicamente el uso de productos gráficos impresos cuyos parámetros no excedan los límites establecidos para la migración de los metales pesados”.
Lo que subyace es el afán del Gobierno por controlar el déficit comercial. La medida es una más entre las muchas que ha tomado el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, para regular las importaciones y evitar la fuga de dólares. Hasta ahora, habían afectado al consumo de objetos como la ropa de marcas extranjeras, ciertos componentes de coches cuyo retraso en el ingreso al país frenaron varios días la cadena de producción, o las planchas, muy difíciles de encontrar en las tiendas. Ahora, el foco se ha puesto en los libros y revistas.
La historia de esta medida se remonta a mediados del año pasado, cuando varios impresores presentaron al Gobierno un informe en el que sostenían que solo el 20% de los libros se imprimían en el país y el 80% llegaba de fuera. Varias editoriales alegaron que en realidad el porcentaje de las importaciones era del 35% y el de los impresos en el país el 65%. El Gobierno, inmerso en una carrera sin desmayo en su lucha por evitar la depreciación del peso argentino y la compra de dólares, pergeñó esta ley que restringirá el ingreso de libros en el país a aquellos que presenten en sus tintas un contenido de plomo inferior al 0,06%. El resultado será que cada vez que llegue un envío de libros, deberán someterse a las pruebas de laboratorio. Así, todo el proceso de distribución se frena y encarece.
Desde Buenos Aires al aeropuerto de Ezeiza no hay servicio de tren. El autobús puede tardar más de una hora y media. Y los taxis cobran unos 60 euros más peajes. “¿Qué ocurrirá con las suscripciones a revistas internacionales de científicos, académicos o gente de a pie?”, se pregunta una escritora. “Lo que sucederá es que empezará a aparecer una figura muy rentable, algo así como El Tipo Que Te Hace el Trámite en Ezeiza Porque Tiene Un Amigo Que Conoce A Un Tipo Que Trabaja En La Oficina De Libros Y Revistas”, señala la autora
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