«Si yo sugiriera que entre la Tierra y Marte hay una tetera de porcelana que gira alrededor del Sol en una órbita elíptica, nadie podría refutar mi aseveración, siempre que me cuidara de añadir que la tetera es demasiado pequeña como para ser vista aún por los telescopios más potentes. Pero si yo dijera que, puesto que mi aseveración no puede ser refutada, dudar de ella es de una presuntuosidad intolerable por parte de la razón humana, se pensaría con toda razón que estoy diciendo tonterías. Sin embargo, si la existencia de tal tetera se afirmara en libros antiguos, si se enseñara cada domingo como verdad sagrada, si se instalara en la mente de los niños en la escuela, la vacilación para creer en su existencia sería un signo de excentricidad, y quien dudara merecería la atención de un psiquiatra en un tiempo iluminado, o la del inquisidor en tiempos anteriores.»Bertrand Russell
Russell escribió esta analogía para decir que no le corresponde al no creyente demostrar la no existencia, sino al contrario, le corresponde al creyente demostrar dicha creencia.
Yo me quedo con una frase: «siempre que me cuidara de añadir que la tetera es demasiado pequeña como para ser vista aún por los telescopios más potentes». Me gusta esta frase, por una razón muy sencilla: si le cuentas a alguien (creyente) esta historia, es capaz de responderte «bueno, quizás todavía no tenemos los telescopios adecuados….». Si dice eso se ha de cavado su propia tumba, porque en muchas ocasiones refutan el escepticismo diciendo «pero todavía no tiene la ciencia una manera de explicar el origen del universo…» a lo que tú respondes «todavía».
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